En el corazón de Córdoba, Argentina, una mujer valiente se sienta frente a la cámara, dispuesta a compartir su experiencia de tres décadas dentro de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, comúnmente conocida como la iglesia mormona. Su historia es un testimonio poderoso sobre el control, el secretismo y la búsqueda de libertad dentro de una de las organizaciones religiosas más herméticas del mundo.
«Estuve captada 30 años por los mormones y ahora cuento el calvario vivido», declara la protagonista, cuyo nombre no se menciona para proteger su privacidad. Su relato comienza con una revelación sorprendente: «Yo tengo nueve años pero 35 años yo nací en la iglesia», una frase que, aunque confusa en su transcripción, sugiere una larga historia dentro de la organización.
Durante su tiempo como miembro activo, la vida de la sobreviviente giraba en torno a las actividades de la iglesia. Los domingos eran particularmente intensos, con reuniones que duraban tres horas, de 9 a 12 de la mañana. «Divertidísimo», comenta con ironía, recordando esas largas mañanas de su juventud dedicadas a la doctrina mormona.
La estructura física de la iglesia juega un papel importante en su narrativa. Describe con detalle la diferencia entre las capillas o casas de reunión, abiertas al público, y los templos, lugares exclusivos reservados para los miembros más devotos. «Argentina tiene dos templos nada más», explica, «son estos dos lugares que para los miembros de la iglesia es como el lugar más sagrado de tierra, así como mini meca».
Los templos, según relata, son el escenario de rituales secretos de los que «no se habla ni siquiera fuera del templo». Esta exclusividad crea una jerarquía dentro de la comunidad mormona. «Si no soy el pagador de diezmos entre otras cosas, no podés participar del matrimonio ponele de tus hijos, de tus hermanos, de tus amigos», revela, exponiendo cómo la organización utiliza estos rituales como forma de control y presión social.
La sobreviviente describe su experiencia como un constante ir y venir. «Soy pecadora crónica», admite, refiriéndose a sus intentos de alejarse y regresar a la iglesia. Este patrón de comportamiento es común entre los miembros que luchan contra el fuerte control psicológico ejercido por la organización.
Hace cinco años, finalmente logró romper definitivamente con la iglesia. Sin embargo, este acto de liberación vino acompañado de nuevos desafíos. «Caigo en cuenta de un montón de cosas que no conocía», explica, describiendo el proceso de desaprender y reaprender que enfrentan muchos ex miembros de organizaciones coercitivas. «Después de cinco años afuera sigo aprendiendo cosas, enterándome cosas», añade, subrayando la profundidad del adoctrinamiento al que estuvo sometida.
Su testimonio arroja luz sobre las prácticas ocultas de una organización que, desde fuera, puede parecer simplemente otra denominación cristiana más. Sin embargo, como ella revela, la realidad interna es mucho más compleja y, a menudo, dañina.
La valentía de esta sobreviviente al compartir su historia abre el camino para que otros ex miembros se atrevan a hablar y para que el público en general comprenda mejor los mecanismos de control utilizados por organizaciones religiosas cerradas. Su relato sirve como un poderoso recordatorio de la importancia de la libertad de pensamiento y la autonomía personal.
Treinta años después de haber entrado en la fe mormona, esta sobreviviente finalmente ha encontrado su voz y su libertad. Su testimonio es un faro de esperanza para aquellos que aún luchan por liberarse de las garras del control religioso y un llamado de atención para una sociedad que a menudo subestima el poder y el alcance de estas organizaciones.