El Templo Filadelfia, situado en Argentina, se constituía detrás de la fachada de una iglesia evangélica con distintas sedes en el país, la cual acogía a familias en situación de necesidad con la promesa de un mejor futuro y una vida digna. Los líderes de esta organización eran dos mujeres, Eva y Adriana, que manejaban un sistema de discipulado para jóvenes, en el que se autoproclamaban como profetas. Eran familiares directos y pertenecían a la familia Carranza Aguirre. Contaban con múltiples propiedades donde albergaban a niños y adolescentes de entre 8 y 20 años. La doctrina se basaba en negar las cosas mundanas, abocarse a una vida consagrada al trabajo desinteresado y estar al servicio de Dios.
Corría el año 2001 y Argentina sufría una de las peores crisis económicas y sociopolíticas de todos los tiempos. Fue en este contexto que Julieta, de tan solo 8 años, junto a su familia compuesta por su madre y otros seis hermanos, ingresaron a esta organización, atraídos por una luz de esperanza que les prometía salir de la pobreza y la miseria en la que estaban sumergidos. Luego de un proceso de captación lento y sistemático ejercido por los líderes de la iglesia, la madre de Julieta es persuadida a vender su humilde propiedad y entregársela a esta organización. A cambio de esto, se les ofrecía una mejor calidad de vida, un lugar donde vivir con comodidades que jamás habían tenido y el proyecto de un sustento para la familia. Su madre, ante la situación desesperante y la profunda fe depositada en la iglesia, acepta la propuesta. A partir de ese instante, la familia es dividida en dos grupos: parte de sus hermanos fue a vivir a un inmueble perteneciente a la congregación que tenía habitaciones compartidas con otros niños. A los menores se los separaba por sexo, algunos tenían cama, otros dormían en colchones en el piso. Por otro lado, Julieta, su madre y 3 de sus hermanas fueron enviadas a vivir a un departamento situado en un edificio donde vivían otras familias. En la habitación asignada solo cabía una cama de 2 plazas y un armario. Allí dormían en total estado de hacinamiento. Solo contaban con dos baños que debían compartir con otras familias y con empleados de una panificadora, por lo que un solo baño podía llegar a compartirse entre veinte personas. Había una sola cocina, también compartida. Debían turnarse para calentar agua y preparar comida. Filadelfia contaba con muchas propiedades. En el partido de San Justo estaba la sede principal. En un predio de 3 manzanas, la iglesia era propietaria de aproximadamente 7 edificios. Adriana, la segunda líder, era la encargada del discipulado, organizaba y dirigía todas las rutinas y actividades de los jóvenes.
Al principio, Julieta se sentía feliz de pertenecer, ya que allí le daban agua caliente, comida y un lugar donde dormir. Sentía ese ambiente de contención familiar que nunca había tenido. Pero esto solo fue al comienzo, luego las cosas fueron cambiando y aquellas hermosas promesas de felicidad se desvanecieron por completo. El servicio a Dios era la venta ambulante de pan, proveniente de una fábrica de pan propiedad de la organización, cuyos empleados trabajaban sin recibir remuneración alguna. ‘Vivirás aquí, en la casa del Señor, donde nunca te faltará nada, pero tendrás que trabajar y esforzarte para agradar a Dios’. Así, Julieta y sus hermanos comenzaron a trabajar a los 11 años. Debían salir a vender pan, caminaban largas horas con calzado en mal estado, no se les proveía de vestimenta adecuada ni dinero para el transporte. En los días de verano, pasaban largas jornadas bajo los rayos del sol. Su único objetivo era volver al final del día con toda la mercadería vendida, cueste lo que cueste. A los niños se les instruía sobre qué decir en caso de que la policía, al verlos, les hiciera preguntas: ‘si te para la policía, no digas que estás vendiendo para la iglesia, di que es para tu madre’. Además, se preparaban sobres con dinero que los menores debían entregar al personal policial, a cambio de silencio.
Ambas líderes impartían doctrinas machistas que fomentaban un sistema patriarcal. Los hombres podían comer 2 platos de comida, las mujeres solo uno. Si no alcanzaba para todos, primero se alimentaba a los varones y las niñas solo podían beber alguna infusión. El hombre tenía más valor porque podía trabajar más y soportar más peso. Lo mismo sucedía con el lugar de descanso: los varones tenían camas, las niñas dormían en el piso. Se realizaban matrimonios serviles, las líderes decidían quién debía casarse con quién y cuándo. La organización también era propietaria de campos que estaban alejados de la ciudad, allí se cultivaban cereales y se criaban animales. Cada vez que alguien se apartaba de las doctrinas impuestas, se les enviaba a estos campos, como cuando una joven se enamoraba de alguien no designado como su pareja, para así desarmar el vínculo y apartarla del entorno social. Si no se los trasladaba al campo, se los enviaba a nuevos templos alejados. Cuando algún miembro se atrevía a cuestionar algo, obtenía como respuesta: ‘tú aceptaste vivir acá’, así las víctimas sentían que habían firmado un contrato a ciegas.
Julieta vivió 15 años dentro de esta organización. Logró salir a los 23. Con el paso del tiempo, ella percibió las desigualdades existentes entre los líderes, que tenían todo, y ellos, que sufrían carencias y malos tratos constantes. La esclavitud y precariedad eran demasiado evidentes. Mientras ellos no recibían nutrición adecuada, descanso, ropa ni educación, los líderes cambiaban de auto todos los años y adquirían más propiedades. Se hacían llamar ‘La familia escogida’, ya que todo lo que tenían era gracias a la bendición de Dios, pero en realidad era el producto de la explotación laboral de sus seguidores. Julieta fue la primera víctima que se atrevió a denunciarlos. Por esto fue juzgada y se desestimaron sus declaraciones en reiteradas oportunidades, hasta que luego de un largo proceso logró comenzar a obtener justicia. En los allanamientos realizados luego de las denuncias se secuestraron grandes sumas de dinero en dólares, automóviles importados, cajas de seguridad y títulos de propiedades. Los delitos imputados fueron: trata de personas con fines de explotación laboral y delitos conexos a la trata. En 2020, un nuevo allanamiento incautó sobres con diezmos, lo cual prueba que aún siguen operando bajo las sombras. El juez de la causa decidió liberar a 14 personas con restricción perimetral. Es por eso que, en la actualidad, la víctima apela a que los principales responsables vuelvan a prisión.