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En una tranquila ciudad argentina, Cristina nunca imaginó que su vida daría un giro tan dramático. Su hija, una joven llena de ilusiones, se enamoró de un hombre 20 años mayor que ella, quien resultó ser un ex miembro de los Testigos de Jehová. Este encuentro aparentemente inocente marcaría el inicio de una dolorosa odisea familiar que perdura hasta el día de hoy.

La joven, cegada por el amor, no vio las señales de alarma cuando su pareja, readmitido en la organización religiosa, comenzó a manipularla sutilmente. Poco a poco, la hija de Cristina se fue adentrando en las creencias y prácticas de los Testigos de Jehová, alejándose cada vez más de su familia de origen.

«Cada vez nos costaba más ver a los chicos, relacionarnos entre nosotras», recuerda la madre con tristeza. Los cambios en su hija eran evidentes: frialdad en el trato, distanciamiento emocional y una creciente sumisión hacia su esposo. «Le tenía que pedir permiso a él para todo», explica Cristina, revelando el control que el yerno ejercía sobre su hija.

La situación se volvió aún más compleja con la llegada de los nietos. Cristina, en un intento por mantener el vínculo familiar, accedió a asistir a algunas reuniones de los Testigos de Jehová. Sin embargo, lo que encontró allí solo aumentó su preocupación: «Me pareció todo de cartón, sonrisas falsas, caretas falsas, besos falsos», describe, evidenciando la artificialidad que percibió en el ambiente.

A medida que pasaba el tiempo, la relación con sus nietos se volvía más difícil. Los pequeños, ansiosos por pasar tiempo con su abuela, recurrían a ingeniosos métodos para comunicarse con ella. «Me tiraban piedritas con papelitos atados con un hilo», recuerda Cristina con una mezcla de ternura y dolor. Estos mensajes clandestinos eran súplicas para poder bajar a jugar, reflejando la creciente restricción que enfrentaban.

La situación llegó a un punto crítico cuando la hija de Cristina, tras años de sometimiento, decidió separarse de su esposo. Sin embargo, lo que parecía ser un rayo de esperanza se convirtió en una nueva pesadilla. En cuestión de días, la joven desapareció con sus hijos, mudándose a un lugar precario sin siquiera informar a su madre.

«Mami, no vengas más. No quiero que vengas más», fueron las duras palabras que Cristina escuchó de su hija tiempo después. «Vos sos mala influencia para nosotros y más para mis hijos», añadió la joven, repitiendo el discurso inculcado por la organización religiosa.

Desesperada por mantener algún tipo de contacto, Cristina intentaba llamar periódicamente, solo para enfrentarse a rechazos constantes. La situación alcanzó un nuevo nivel de gravedad cuando su hija la denunció por acoso telefónico, una acción que, irónicamente, terminó volviéndose en su contra al revelar las condiciones inadecuadas en las que vivían los niños.

A pesar del dolor y la frustración, Cristina no se rindió. Su amor de madre la impulsó a tomar medidas drásticas, como interrumpir una reunión de los Testigos de Jehová para exigir respuestas sobre el paradero de su hija y nietos. «No es valentía, es el dolor», explica, describiendo la fuerza que la llevó a enfrentarse públicamente a la organización.

Hoy, Cristina continúa su lucha incansable por recuperar a su familia. Su historia es un testimonio desgarrador de cómo una organización religiosa puede desgarrar el tejido familiar, pero también es un ejemplo de la fuerza inquebrantable del amor maternal. «Yo quiero quererla a mi hija, yo quiero amarla, yo quiero abrazarla», afirma con determinación, manteniendo viva la esperanza de un reencuentro.

La experiencia de Cristina sirve como una advertencia sobre los peligros del extremismo religioso y el control coercitivo. También es un llamado a la acción para proteger los derechos de las familias y, especialmente, de los niños atrapados en estas situaciones. Mientras tanto, esta valiente madre sigue adelante, convirtiendo su dolor en fuerza y su amor en un faro de esperanza para todos aquellos que enfrentan situaciones similares.