El protagonista de esta historia es Armando, un joven mexicano originario de Guadalajara, Jalisco, encontró su vida completamente transformada tras ser captado por la organización Casa de Oración en el año 2006. A los 15 años, fue enviado por su familia a un campamento de esta iglesia con la esperanza de que regresara al «buen camino» de la fe católica que le habían inculcado. Sin embargo, el retiro espiritual tuvo un efecto contrario. Atraído por las promesas y la atmósfera del campamento, decidió quedarse y abrazar el evangelismo, lo cual provocó tensiones con sus familiares, quienes vieron su decisión como una traición a sus creencias.
Durante su tiempo en Casa de Oración, se involucró profundamente en las actividades de la iglesia, especialmente en la música. Aprendió a tocar instrumentos y participaba activamente en los servicios religiosos. Esta dedicación no era recompensada económicamente; el trabajo voluntario y no remunerado era la norma dentro de la organización. Se esperaba que todos los miembros trabajaran para la iglesia, bajo la premisa de estar sirviendo a Dios y contribuyendo al crecimiento del «reino».
La estructura de la Casa de Oración es centralizada, con un pastor principal, Chuy Olivares, quien se presentaba como el guardián de la «sana doctrina». Este término implicaba que todas las demás doctrinas eran incorrectas, posicionándose a sí mismo y a su iglesia como los únicos portadores de la verdad. Esta retórica de exclusividad y superioridad era una herramienta poderosa para mantener a los miembros comprometidos y leales.
A pesar de la pasión inicial y la dedicación, Armando comenzó a notar ciertas contradicciones y prácticas cuestionables dentro de la organización. Observó cómo los líderes vivían en el lujo, disfrutando de mansiones y comodidades financiadas por las contribuciones de los feligreses, mientras predicaban una vida de austeridad y sacrificio. Esta hipocresía, sumada a la explotación laboral de los miembros, quienes trabajaban largas horas sin recibir ninguna remuneración, fue sembrando dudas en su mente.
Con el tiempo, estas dudas se convirtieron en un profundo descontento. La presión constante para donar dinero y trabajar sin descanso, junto con la falta de un objetivo claro y tangible para sus esfuerzos, lo llevó a cuestionar seriamente su permanencia en Casa de Oración. La organización también ejercía control sobre las visitas y las interacciones sociales de los miembros, aislándolos de amigos y familiares que no pertenecían a la iglesia. Este aislamiento social y emocional era una táctica para mantener a los miembros dependientes y menos propensos a abandonar la organización.
Finalmente, después de casi diez años de servicio y dedicación, decidió que era hora de recuperar su libertad. Su salida de la Casa de Oración no fue abrupta, sino un proceso gradual de toma de conciencia y desilusión. Arnando se dio cuenta de que las promesas de la organización eran vacías y que su vida estaba siendo manipulada por líderes que se beneficiaban de su trabajo y fe. Este despertar le permitió dar el paso definitivo para alejarse y comenzar a reconstruir su vida fuera de la influencia de la secta.
La historia de este superviviente es un testimonio de la resiliencia y la capacidad de recuperar el control de su vida, a pesar de años de manipulación y explotación. Su experiencia sirve como un recordatorio de los peligros de las organizaciones coercitivas y la importancia de cuestionar y evaluar críticamente las instituciones a las que se pertenece.